El primer día que te ví me regalaste un boceto de tu risa a carcajadas.
Lo demás no tiene nada que ver con exposiciones ni paisajes,
no me pintaste obras de arte de las que valen una millonada
sino garabatos de los que hacen los críos con ilusión,
y te juro que no hay persona que pagaría más por tus trazos
que aquella a la que enseñaste a reír,
pues eso,
a carcajada limpia.
El segundo me enseñaste a gritar sin articular palabra,
La inapreciable diferencia entre sonido y ruido,
Y es que hay personas y personas,
las que disparan sin importar el eco de la pólvora
y las que lo hacen con silenciador,
y juro que al encajar su bala,
no oí ni el aleteo de una mosca
ni siquiera molesto ruido de fondo.
El tercero, bueno…
Me quedé sin fondo porque no hubo tercero,
Ni último, debido a mi herida mortal,
Fuimos acusados de ser cómplices en complicidad,
Condenados por esta sempiterna simbiosis que,
Hace que tu nombre esté a salvo en mis labios
Y los tuyos permanezcan sellados en el delirio
de pedir a gritos sobredosis de mi saliva.